sábado, 24 de septiembre de 2011

Una vez que me morí.

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Una vez me morí.
Sí, es cierto. Hay gente que sólo se muere una vez. Otros dos veces, como James Bond. Pero yo me he muerto varias veces. Y una vez que me morí, fui al cielo.
Cuando llegué a las puertas del cielo, no estaba San Pedro para recibirme. Había un subalterno sentado en una silla detrás de una mesa de despacho. Parecía un empleado de una oficina antigua, como Bob Cratchit, el empleado del Señor Scrooge de “Cuento de Navidad” de Charles Dickens. Tenía mangas de escribiente y la mesa llena de papeles, cuadernos, carpetas... y un barrilito con lápices y bolígrafos, incluso tenía un sacapuntas atornillado a la mesa, de estos que tienen una manivela. Levantó los ojos y me miró sorprendido:
- Esto... Sí, dígame. ¿Qué desea? - me preguntó.
- Verá, creo que me he muerto.- Y contesté.
-¿Cómo? Ahora no esperábamos a nadie. Un momento, por favor.- Y empezó a mirar en los papeles que tenía encima de la mesa, pero no hallaba lo que buscaba, así que miró en el fichero que tenía en el lado derecho. Buscó y buscó, pero nada halló. Y me preguntó:
-¿Ésta usted seguro que tenía que venir aquí?
- No lo sé. Verá, es la primera vez que me muero, y no sé como va esto. Pero le agradecería que me explicase que ocurre.
- Bueno, esto de aquí es la puerta del cielo. Pero usted no está en la lista de los que tienen que entrar. Seguramente debe usted ir abajo.
- ¿Abajo? - le pregunté.
- Sí, abajo. Al infierno- me aclaró.
- Ah. El infierno.- dije repitiendo lentamente la palabra.- Creí que tenía que venir aquí.
- Creo que no. Pero no se preocupe. Allí abajo le atenderán bien. Espere un momento que le envío a las puertas del infierno.
- No se moles...te.- Pero no tuve tiempo de terminar la frase. Aparecía delante de una gran puerta negra con vetas rojas cuya tonalidad iba cambiando del rojo intenso al rojo oscuro. Daba miedo. A la derecha de la puerta había un quiosco con una ventanilla y un timbre. Pulsé el timbre y se abrió la ventanilla.
- Siiií. - Me dijo un hombre con pinta de funcionario del ayuntamiento que no quitaba la mirada del ordenador que tenía delante (un ordenador antiguo, por cierto).
- Que me envían del cielo.- le expliqué. Como si hubiera despertado de un letargo, giró la cabeza y me miró sorprendido.
- ¿Y cómo ha ocurrido eso? - me preguntó con los ojos muy abiertos.
- Pues verá. Yo me morí, no se muy bien como pero me he muerto. Y aparecí a las puertas del cielo. Allí había un señor que buscó mi nombre, en una lista pero no lo encontró, así que me envió aquí.
- Pues si no está en su lista estará en la mía.- Y empezó a escribir en el ordenador, a buscar y a buscar y sonó un "cling".
- ¡Mierda! - Exclamó- ¿Qué pasa ahora? - Se preguntó. - ¿Quién es el General Failfure que hace cosas en mi disco duro?
Después estuvo un rato mirando papeles, y otra vez en el ordenador... Y buscó y buscó pero nada halló. Al cabo de otro rato me dijo apurado.
- Esto es muy irregular. Normalmente o van arriba o vienen aquí abajo, aunque.... tal vez tenga que ir al Purgatorio.
- ¿No dijeron que no existía?
- Sí, bueno. En realidad sigue existiendo, pero para casos difíciles. No sé muy bien como va eso pero tengo aquí una nota que me dice que para casos imposibles pulsar el botón azul. Yo nunca lo he usado, así que vamos a ver que pasa. - Y lo pulsó.
- Espere, espere.- Y me hicieron la misma jugada. Parecía que nadie me quería.
El purgatorio es, como decirlo, otro sitio. No tiene nada de especial, aunque aquí también había alguien que no me esperaba. Esta vez era alguien vestido con un traje de chaqueta gris claro y que tenía en sus manos una tableta electrónica que sujetaba con su mano izquierda y manejaba con los dedos de su mano derecha (aquí debía de haber más dinero).
- Sí, dígame
- Pues verá, es la tercera vez que lo cuento, yo me morí, no sé muy bien cómo pero me morí. Y aparecí a las puertas del cielo. Allí había un hombre que buscó mi nombre, en una lista pero no lo encontró, después en los papeles de su mesa, y no encontró nada, así que me envió al infierno. – Hice una pausa para coger aire- Otro hombre, en las puertas del infierno, pero este parecía un empleado de una oficina más reciente, también buscó mi nombre en su ordenador. Le llevó un buen rato, pero tampoco me encontró, así que me envió aquí. Y ahora no sé si me puede ayudar usted.
- Vaya.- comentó sorprendido.- Creo que tendré que hacer otra búsqueda.- Y empezó a manejar la pizarra electrónica que tenía entre las manos.
- Vale.- dijo al cabo de un par de minutos.- Aquí tampoco hay nada.Usted no aparece.
Me sentí totalmente perdido.
- Lo que ha pasado es que se ha perdido en el Mar de la Burocracia Cósmica.
- Pues que me devuelvan a donde estaba.
- Tengo que consultar que se puede hacer.
Sacó un teléfono móvil y estuvo un tiempo hablando. Y me dijo después
- La única solución que me ofrecen es la reencarnación.
- Bueno, no suena tan mal.- le contesté esperanzado.
- Lo que pasa es que ahora mismo sólo hay disponible cerdo de chiquero y gallina ponedora.
La cara que se me quedó era un poema. Estaba empezando a ser consciente de que mi futuro iba a ser bastante diferente.
- Decídase rápido.- me apremiaba.
Yo pensé:" Un cerdo tiene los días contados, así que mejor gallina ponedora". Y tal y como lo pesé me convertí en gallina.
Miré hacia la derecha y veía una nave llena de gallina, como si fuera una escena de Matrix (cuando el protagonista se despierta). Giré la cabeza y era igual hacia la izquierda. Escuchaba un parloteo enorme. Todas la gallinas hablando a la vez, que si me duele aquí, que que bonitas tienes la plumas hoy, que si la comida está mejor que ayer. Hasta que la gallina que tenía a la izquierda me dijo:
- ¿Aún no has puesto ningún huevo?
- ¿Cómo dices?- le contesté un poco despistado.
-¿Qué si aún no has puesto ningún huevo? ya sabes que si no has puesto ninguno, te cogen y te llevan para la cazuela.
Miré debajo mía y vi que no había puesto ningún huevo. Me alarmé un poco.
- Mira, por ahí viene el encargado.
Un hombre estaba revisando las cestas y recogiendo huevos. Y entonces me alarmé mucho. Empecé a apretar, y a apretar porque tenía que poner un huevo antes de que ese hombre llagara a donde estaba. Se acercaba rápidamente, y cuando está junto a mí, siento una mano en mi hombro que me coge y me zarandea, y oigo una voz que me dice:
-¡Despierta!, ¡despierta y deja de apretar!, que te vas a cagar en la cama, hombre!
Y desperté.
FIN
Fernando Santana de la Oliva
Septiembre de 2011